viernes, 22 de abril de 2011

Contra Elliot

Repaso el libro de Murakami. Me encanta el personaje de Midori, al que reconozco a mi lado, y me encuentro con algo que también ya intuía:

Cuando terminó abril llegó el mes de mayo; mayo fue mucho peor que abril. En mayo, en plena primavera, ya no pude evitar sentir cómo se estremecía y temblaba mi corazón.

        En mayo siguen creciendo lilas junto a mi ventana y me encuentro por azar con la triste noticia de la muerte de José Watanabe. Justo ahora, cuando empezaba a hacerse un hueco entre nosotros. Me acerqué a sus libros a través de la antología Elogio del refinamiento:

Hubiera querido inscribir mi poema en todo el paisaje
pero mi ojo, arbitrariamente, lo ha excluido
y solo vuelve con obsesiva precisión
a aquel bello y extremo problema de texturas:
el muslo
contra la roca.


        Recuerdo que yo también pensé en texturas, en tu muslo contra la roca. Yo soy la roca. Tú eres Mara. La vida de José Watanabe fue una vida cargada de muertes prematuras que formaron un intenso poso que, en lugar de agriar su carácter, lo hizo adicto a la belleza, al refinamiento.  Él ya sabía de la proximidad de la muerte mientras escribía el último de sus libros: Banderas detrás de la niebla, y quizá por ello llegó a fundirla con la vida y la colmó de belleza en el intenso poema “Orgasmo”:

¿Me dejará la muerte
gritar
como ahora?


        Quizás oigamos sus gritos a través de sus libros.

Abril

 Ya habrán florecido las lilas en mi jardín, junto a la ventana que da al monte San Ginés. Abril sigue siendo el mes más cruel. Ya me avisó hace unas semanas una amiga con palabras parecidas. Y es cierto: este abril especialmente llega con tristeza y con enfermedad. Leo Tokio blues del japonés Haruki Murakami. Él también parece estar de acuerdo:

Sin duda, abril es el peor mes para estar solo. En abril, a mi alrededor todo el mundo parecía estar feliz.

        Un día soleado en el que todos parecíamos felices, alguien me decía que los personajes de este libro eran seres descolocados con relaciones muy peculiares. Así es: relaciones peculiares quizá porque no parece que hagan nada por evitar las pequeñas catástrofes que se les avecinan. Ahí encuentro el rasgo más oriental de Murakami: no importa tanto que se lleguen a consumar las situaciones deseadas. Y no sólo eso: se respetan siempre las decisiones del otro, aunque no las deseemos, aunque pensemos que el otro tampoco las desea.

         Lo que más me llamó la atención es que yo me había visto reflejado en ese libro. Me parecía que sus personajes, especialmente el protagonista, Watanabe, actuaban de la manera que yo vengo haciéndolo en los últimos años. Quizás entonces yo sea un personaje descolocado con amores peculiares. Y se me vino a la cabeza aquella frase que escuché a Gonzalo Torrente Ballester:

Pero mire usted, caballero. Es que a mí en el fondo sólo me interesan los personajes descolocados.