miércoles, 20 de abril de 2011

El extranjero

Cuando en 1942 Albert Camus desea retratar la figura de Meursault, el protagonista de El extranjero, el primer paso que da es romper todo vínculo con su infancia y para ello mata a la madre del protagonista. La infancia, ya lo sabemos, es nuestra única patria. Cuando Ladislao Almasy, el personaje de El paciente inglés, quiere contarle a K algo de su vida, lo hace mostrándole la nana que le cantaba su nodriza húngara para acompañarle en el sueño



        Yo mismo me he sentido un privilegiado habitando mi otoño y primavera sevillanos y mi verano e invierno grancanarios, pero si me preguntaran por el lugar dónde he sido más feliz tendría que responder que en la biblioteca de mi padre.

        A partir de ahí siempre he sido un extranjero. No sólo en Sevilla, allá donde he ido sólo me he sentido parte del lugar cuando me he adentrado en las librerías y en las bibliotecas de mis amigos. Recuerdo también la colección de vinilos de jazz que tenía mi padre. Allí empezó el miedo que siempre he tenido al saxo, un miedo que me atraía tanto… Miedo a lo que sale tanto de tan adentro y miedo a que pudiera hacerme entender tantas cosas sobre mí. Miedo a que todos descubrieran que yo sí era un extranjero, y que lo era en mi propio país, en mi ciudad, en mi casa.

        Hoy, tantos años después, reconozco un sentido que me lleva a encontrarme con aquellos que sienten esa misma circunstancia en sus vidas. Personas que igual nunca han oído hablar de Meursault, pero que ya llevan cicatrices en su cuerpo de una vida que les ha llevado de aquí para allá. Extranjeros que ya saben que no es cuestión de lugares, sino de uno mismo. Ya lo escribió Rilke:

¿Quién habla de victorias? Sobreponerse es todo.